López Obrador: «Quiere deshacer algunos de los errores del pasado para promover los intereses de pueblo».

Por: Omar Carreón Abud
Dirigente antorchista del Regional Político de Occidente

Mucho muy enérgicas, estridentes podría decirse, fueron las declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador en la concentración que organizó en el zócalo de la ciudad de México para conmemorar el aniversario de la expropiación petrolera.

No somos colonia ni protectorado de ningún país extranjero, dijo, y añadió que haría valer la soberanía de nuestro país. Cualquiera diría que teníamos encima alguna amenaza inminente de invasión como cuando entró el ejército francés a nuestra patria y se instaló varios años y hasta trajo a gobernarnos un príncipe extranjero. Pero, afortunadamente, no es el caso. Aunque nadie debería ignorar que la voracidad de nuestro vecino del norte ya nos arrebató medio país y, todavía, preferiría que fuéramos el estado número 51 y no un país independiente y soberano. La amenaza, pues, no es igual a cero, pero no está a la orden del día.

Creo, pues, que más bien se aprovechó un día en el que hace ya casi cien años privó el nacionalismo para impactar a los mexicanos actuales con proclamas de tipo, precisamente, nacionalista, con el fin de -ya se ha confesado- de que el propio presidente y no cualquiera otra persona, sea el que fije la agenda.

Entendiendo por esto último, hacer uso del poder que el pueblo mexicano ha colocado en sus manos para influir decisivamente en imponer a diario qué es lo importante, qué es aquello de lo que se tiene que hablar y qué es lo que se tiene que minimizar o, de plano, olvidar; esta famosa “fijación de la agenda de los medios”, es pues, una completa manipulación de la opinión pública.

Se echó mano para ello de la expropiación petrolera, gran acontecimiento nacional que en su momento aprovechó el amor a su patria por parte del pueblo mexicano que hasta gallinas llevó al centro de acopio instalado a las afueras del palacio de las Bellas Artes para cooperar con el pago de los gastos y las indemnizaciones a las poderosas compañías petroleras. A ese pueblo, poco le habría de servir la expropiación petrolera que más bien respondía a los grandes intereses de la clase que había salido triunfante de la Revolución mexicana.

Sus fábricas enormes, sus transportes que ya llevaban y traían las mercancías producidas y listas para vender por todo el país, requerían de combustible abundante, barato y, sobre todo, a la disposición de todos ellos, sin que una exigua minoría, residente en el extranjero, lo escondiera y limitara. Los recursos del subsuelo eran de todos los mexicanos, pero más, de los más poderosos.
Con ese pretexto se ratificó desde el templete nuestra independencia y soberanía nacional.

Opino, atrevidamente que, como solía decir nuestro inolvidable y ejemplar compañero, Wenceslao Victoria Soto, con refinado tacto fraterno, cuando no estaba de acuerdo en alguna cuestión: “habría que discutirlo más, Maestro”. Y, sí, habría que discutirlo más, habría que hacer un breve recuento de cuánto y en qué realmente podemos alardear de independientes.

No olvidemos que una buena parte de lo que producimos tenemos que venderlo a Estados Unidos pues nuestro comercio no está diversificado y, no pasemos por alto, tampoco, que muchas materias primas, máquinas y repuestos vienen de Estados Unidos. No finjamos ignorar que muchos de los capitales que aquí y ahora se invierten vienen de Estados Unidos, ni hagamos a un lado la minucia de que para tener un empleo bien remunerado, muchos millones de mexicanos tienen que abandonar a sus familias y trasladarse a vivir a Estados Unidos para siempre, tantos millones que el propio presidente de la república ha repetido que los dólares que envían son un importante sostén de nuestra economía y hasta se ha permitido incorporar el tema a su lista de grandes realizaciones de gobierno.

Después de muchos años de seguir declarando que se había entregado la tierra a las familias de los campesinos que participaron y dieron su vida en la revolución y, sobre todo, buena tierra, finalmente, la clase dominante de nuestro país, expresando con su decisión la imperiosa necesidad de avanzar sobre la ruta de la implantación y desarrollo del modo de producción en el que priva la ganancia privada, en el año de 1993, se decidió a modificar la ley agraria y, con algunas limitaciones y enredos que todavía persisten, sentó las bases para la disolución de las tierras comunales y las tierras ejidales y propició su incorporación plena al régimen de la propiedad privada. Se completaba así la unificación de la tierra con el capital.

Ahora, las inversiones extranjeras en tierras que alguna vez fueron ejidales o comunales, mediante compras o rentas que apenas ocultan su carácter de ventas a plazos, están por todo el país. Los hijos y nietos de ejidatarios y comuneros y hasta ellos mismos, ante la mirada complaciente de la 4T, que prefiere hacer declaraciones rimbombantes desde el zócalo, trabajan encorvados jornadas extenuantes, sin ninguna protección social, en las que alguna vez fueron sus tierras y que hoy producen mercancías que vuelan inmediatamente hacia el extranjero.

No fueron esas las únicas declaraciones sin sustento alguno. No sería correcto dejar pasar que el presidente también mencionó que no se aceptará nunca que en México se imponga una minoría a costa de la humillación y empobrecimiento de las mayorías. Pero, como dijo ya saben quién: “yo tengo otros datos” y me los proporcionó el 21 de octubre del año pasado, La Jornada, un periódico que está muy lejos de ser considerado por el presidente como vocero de sus enemigos conservadores: “Los dos hombres más ricos de América Latina y el Caribe, los mexicanos Carlos Slim y Germán Larrea, concentran más riqueza que la mitad de toda la población de América Latina”. En la “población de América Latina” quedan incluidos todos los mexicanos.
En México, pues, abundan y se benefician los intereses extranjeros, particularmente de Estados Unidos. No existe el enfrentamiento y las agresiones que padecen otros países que se han decidido a ser verdaderamente independientes y a trabajar en beneficio de sus pueblos. Veamos. “Estados Unidos está aumentando drásticamente la presión sobre el gobierno autoritario de Daniel Ortega en Nicaragua”… “Pocos saben que sobre Venezuela pesan 913 sanciones ilegales que le impiden a mi pueblo vender y comprar lo que produce y necesita para el desarrollo y goce de nuestra existencia individual y colectiva, dijo… el ministro de Asuntos Exteriores de ese país, Carlos Faría Tortosa…”. Y, para no alargar la lista, “este jueves 3 de febrero (de 2022) se cumplen seis décadas de la firma de la orden ejecutiva que impuso oficialmente el bloqueo de Estados Unidos a Cuba”. Esas sí son agresiones.

En cambio aquí, como respuesta a toda la gritería, los exabruptos y hasta a las amenazas con acciones que influyan en la elección del próximo presidente de Estados Unidos, mientras se explota sin freno a los mexicanos y a sus recursos, el pasado martes 21 de marzo, desde Oaxaca en donde andaba de gira, el poderosísimo John Kerry, enviado personal del Presidente Joseph Biden para el cambio climático, declaró sobre el presidente Andrés Manuel López Obrador: «Quiere deshacer algunos de los errores del pasado para promover los intereses de pueblo». ¡Qué sensato, qué mesurado! Incluso ¡qué coincidencia con lo que dice el propio presidente López Obrador de sí mismo! Por tanto, con el perdón de la concurrencia, me permito preguntar ¿Se trata de un enfrentamiento de proporciones épicas o se trata simplemente de lo que los mexicanos llamamos coloquialmente “valores entendidos”?